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Psicooncología - Entre la Etica y el Buen Morir

17.05.2015 13:23

 

Por Valeria Quiroga

El presente artículo tiene como objetivo principal desarrollar diferentes alternativas para el acompañamiento interdisciplinario de pacientes oncológicos que se encuentran en un período terminal de su enfermedad, orientándonos para ello a un grupo etario comprendido por adultos medios y mayores. Cabe mencionar que entendemos como enfermo terminal a la persona que sufre una enfermedad irreversible, cuya muerte se espera que ocurra a pesar de todos los esfuerzos, es decir, está en el proceso final de su vida, viviendo de acuerdo a sus circunstancias individuales, familiares, socioculturales y las de su entorno.

Nuestra propuesta está encauzada, en primer lugar a crear un equipo interdisciplinario conformado por distintos especialistas tales como médicos, psicoterapeutas, kinesiólogos, especialistas del dolor, terapistas ocupacionales, musicoterapeutas y nutricionistas.  En cuanto a la inclusión de médicos oncólogos, solo los incluiríamos en forma conjunta con psicooncólogos ya que consideramos que el oncólogo, generalmente, realiza un recorte no solo de la enfermedad sino también del paciente, o mejor dicho, se ocupa de la enfermedad exclusivamente, olvidando que por detrás existe un paciente que padece una enfermedad, y que justamente no es cualquier enfermedad, sino que está en relación con causas emocionales, bióticas y sociales, las cuales en forma conjunta han contribuido para que el sujeto haya tenido que hacer “síntoma” en esta enfermedad que llamamos “cáncer”.  En este sentido, consideramos no de menor importancia la aceptación de este término, no solo por parte del propio paciente, sino también por parte de los familiares más cercanos.

Por otro lado, el éxito de nuestra integración disciplinara, así como nuestro rol como psicólogos de pacientes terminales, está en trabajar sobre la funcionalidad de las interacciones existentes dentro de un espacio institucional –sin por ello excluir la atención domiciliaria-- apuntando a considerar a los pacientes como generadores de un estado de salud que pueda compensar las funciones orgánicas dirigiéndolo hacia cierta homeostasis interna brindando de esta forma una estabilidad psicoinmunoendócrina, entendiéndose por éste término a la interacción existente entre el cuerpo y la mente y las consecuencias que tienen sobre la salud las emociones negativas, el distrés, los diversos estilos de pensamiento y cognitivos, así como sentimientos tales como cólera y hostilidad.  De este modo, se propone contribuir para la creación de nuevos modos de vivir manteniendo interacciones con el medio, desde el medio y hacia el medio; ya que es en este interjuego donde se generará el aprendizaje de la realidad, necesario para crear desde la salud y no desde la enfermedad.

En tal sentido, desarrollaremos e indagaremos sobre los aspectos enunciados apuntando específicamente a la interacción interdisciplinar y familiar, y la incidencia que el funcionamiento de éstos pueda tener en el modo de afrontar, esperar y recibir la muerte.  La idea es que se tome a la muerte como algo natural, que el paciente y la familia logre desprenderse del cuerpo lo más en paz posible, recibiendo el final como algo esperable, dentro de un marco de contención familiar que logre dar serenidad al paciente.

Deberemos asimismo, tener en cuenta ciertos principios éticos atinentes a la enfermedad y a la propia decisión y elección del paciente del modo que desea enfrentar la muerte.  Aquí es donde nos cuestionamos acerca de los modos de afrontar el proceso de la última etapa y nos preguntamos si es ético el facilitar la muerte al paciente, es decir, es ético el consentir al paciente en una muerte más rápida administrándole medicamentos que contribuyan a tal fin; es esto lo que se denomina “el buen morir”?, o el buen morir estaría orientado a dar una calidad de vida lo más beneficiosa posible, desde lo afectivo, desde lo biológico y desde lo social, para que el paciente logre dominar el dolor y de esta forma llegar al final de la enfermedad dignamente.  Dignidad que dará por otro lado, consuelo y resignación a la familia, por haber sido partícipes en el acompañamiento de su ser querido y haber contribuido también a que se despidiera de su familia con la paz y tranquilidad adquiridos a través de todo el proceso de trabajo interdisciplinario.

            El avance cuantitativo de la población que enferma de cáncer es alarmante, más aún si tenemos en cuenta que gran parte de esa población pertenece a un grupo etario integrado por adultos medios, y ya no está asociado al avance de la edad, sino que lo encontramos asociado a aspectos culturales, socio-económicos, además de los aspectos biológicos y psicológicos.  Tomamos el término “terminal”, significando que ya no quedan recursos médicos posibles para devolverle la salud al paciente y que lo único que se puede hacer es proporcionarle atención integral, sustentada en objetivos dirigidos fundamentalmente a aliviar el sufrimiento, evitar la prolongación indefinida del proceso de morir, mantener el mayor bienestar posible y promover la paz y la resignación entre los familiares.

Por lo tanto, encontrarnos con un paciente que padece una enfermedad terminal nos ubica como psicólogos en un rol que abarca la necesidad de estrechar contactos y redes interdisciplinares, ya que estamos en presencia de una enfermedad que se hizo presente y evidente desde el ámbito biológico, y como tal, deberemos en primer lugar contactarnos con el médico a cargo, a los efectos de ser informados sobre la situación de ese paciente en particular y específico, para de esta forma, poder planificar estrategias de cómo informar al paciente sobre su enfermedad, en el caso que aún no haya sido informado; y si fue informado, qué ha sido lo que se le informó y poder analizar la forma en que lo recibió psíquicamente el paciente, la forma en que está procesando esa información y si está empleando defensas entorno a la enfermedad. 

Diagnosticar un paciente como terminal constituye para el médico una gran responsabilidad profesional y ética.  Por una parte, induce un cambio radical en su actitud y acciones terapéuticas, ya que el tratamiento curativo da paso al paliativo y al cuidado básico del enfermo, ya no asumiendo el cuidado solo desde el punto de vista de la medicina, sino permitiendo el ingreso de los profesionales psicólogos quienes asumirán junto con el equipo tratante el cuidado del paciente hasta su muerte.  En este sentido, una de las funciones más importantes del psicólogo y determinante en el éxito del tratamiento es mantener una continua comunicación entre paciente, familia y el equipo interdisciplinar y que todas las personas comprometidas en la situación tengan claro que la meta es confortar al enfermo y no curar la enfermedad.

            En un paso posterior, como psicólogos, debemos, una vez que obtuvimos la información planteada anteriormente, organizar y ordenar los procesos del acompañamiento.  Esa planificación incluye el significado que tiene para el paciente el hecho de prepararse en este devenir por el cual tendrá que atravesar y aceptar.  En otros términos, se deberá acompañar al paciente en sus elecciones de vida, así como contribuir a que pueda organizar su tiempo y espacio de acuerdo a sus deseos (Chamarro Lusar, 2007).  Aquí es donde merece distinguir la diferencia entre tres conceptos importantes para esta tarea que han sido planteados por el Dr. Hugo Dopaso (2005), que son el de Durar, Perdurar o Vivir.  El Dr. Dopaso es un médico que ha dedicado su actividad profesional al tema de la muerte y aborda el trabajo de los Cuidados Paliativos, o sea, el acompañamiento de los pacientes terminales y su familia.

            Bajo estos conceptos subyace el hecho de recuperar el valor de la vida como un fin en sí mismo, es decir, poder vivir el tiempo y el espacio de un forma única dando importancia a valores que quizás antes de la enfermedad no se tenían en cuenta, como puede ser también la importancia que debe otorgarse al hecho de poder sanar relaciones ya sea con familiares o con amigos.

            Por otro lado, cabe aclarar que el proceso que comenzaremos con el paciente atravesará por distintas etapas, desde el inicio hasta el fin del proceso.  Cada día será nuevo y original, en el sentido que el paciente sufrirá diversos sentimientos y emociones.  Ello es lógico si pensamos en que el anuncio de que el paciente padece una enfermedad terminal, conlleva momentos de crisis para el sujeto, crisis definida como un montante de energía tal que el psiquismo no puede procesar por los medios habituales, motivo por el cual, tendrá momentos de angustia, de enojo, de miedo, sin descartar el stress que produce dicha noticia y los efectos psicobiológicos que ello conlleva, es decir, un desequilibrio a nivel químico que podría a su vez ser perjudicial para el sistema psicoinmunoendócrino, generando de esta forma un círculo vicioso difícil de sortear por sí mismo.  Consecuentemente, sufre una serie de cambios adaptativos necesarios para enfrentarse a complejas situaciones emocionales y espirituales (Benyakar, 2006).  Estos cambios adaptativos incluyen depresión, aislamiento y confusión, percibiendo al mundo y a sí mismo de un modo diferente (Benyakar, 2006).  Las relaciones con sus familiares y otras personas y con su medio se degradan, expresa sufrimiento espiritual, y lo más importante del sufrimiento es que altera la percepción del sentido de su vida.

            En esta situación del enfermar, hemos mencionado el hecho de valorar el concepto de “vida” para ofrecerle calidad de vida no solo al paciente sino a la familia.  Parafraseando a Dopaso (2005), podemos inferir que solo recobrando el sentido y el valor de esta nueva vida que incluye el enfermar, cobra sentido la experiencia de morir.  No obstante, por un lado, se procura mantener con vida a ese organismo el mayor tiempo posible, (lo que nos hace pensar en un estado de “duración” o de “perdurar”, pero no de “vivir”), casi siempre a pedido de la familia más que del propio paciente, utilizándose para ello la tecnología médica de que se dispone, mientras que por otro, paradójicamente, se excluye al verdadero protagonista de esta historia, y quien nos merece especial atención, para quien hemos sido convocados y con quien emprenderemos una experiencia de aprendizaje (Rocco, 2007).

En este sentido, consideramos de vital importancia acceder a los deseos del paciente respecto de su muerte como un derecho que posee el individuo.  En este punto, los derechos humanos también se entrelazan con los otros principios de la bioética (Escobar Triana) como el de no maleficencia y beneficencia que enfatizan, entre otros, el respeto a la integridad física de la persona, en la práctica médica y con la justicia que debe propiciar la organización de la sociedad y el estado como justa distribución de recursos sanitarios dentro de los criterios de igualdad, de dignidad de los seres humanos, la defensa de la vida y la protección de aquellas personas que, por su condición económica, física o mental, se encuentran en debilidad manifiesta (UNESCO, 2005).

Sin duda, el tema que sirve de denominador común en la historia de una persona es el de la vida, pero ahora, en estas circunstancias, se agrega la calidad y la defensa de la vida.  Aquí nos adentramos al tema de la toma de decisiones individuales donde la autonomía aparece como un principio que se inicia en la toma de las decisiones siendo la propia persona capaz y competente quien le toca asumir las decisiones de los hechos que le involucran y cuando no, precisa quién debe hacerlo por esta persona.  Así queda definida la bioética como un tema no exclusivo de la medicina sino también de las ciencias de la vida y las tecnologías conexas (Cataldi de Amatriain, 2003).

Es importante destacar aquí que el juicio acerca de la proporcionalidad de una determinada intervención médica debe hacerse por referencia al beneficio global del tratamiento y no sólo en relación a los posibles efectos fisiológicos que aquel sea capaz de inducir.  No es suficiente con que un determinado tratamiento sea útil en términos de reducir o aumentar algún síntoma orgánico como puede ser la presión arterial o la glucemia en sangre, si estos efectos no significan un beneficio real para la evolución global del paciente.

En este sentido y teniendo en cuenta los dilemas éticos planteados en el presente artículo, podemos agregar que el uso de opioides y otras drogas que pueden alterar el estado de vigilia del paciente es habitual en medicina paliativa.  No es infrecuente que el recurso a este tipo de terapias genere dudas en la familia y en el equipo de salud.  Se teme que los efectos adversos de estas drogas (como hipotensión, depresión respiratoria, entre otros) podrían representar una forma de eutanasia.  Sin embargo, se debe tener en cuenta que en todos los casos se busca aliviar el dolor, por lo tanto, no habría inconvenientes éticos en administrar opioides siempre y cuando los efectos adversos como una eventual hipotensión, depresión del centro respiratorio y/o sedación no sean directamente buscados, dado que no se dispone de otras alternativas eficaces de tratamiento.  En estas condiciones, esta forma de terapia representaría el mayor bien posible para ese paciente.

A modo de conclusión podemos afirmar que al enfrentarnos a pacientes en su fase final de la vida, que están sufriendo dolor, siempre nos encontraremos con múltiples dudas, que tienen que ver con el manejo práctico del paciente, las cuales se presentan en un contexto de angustia y temor, tanto del paciente, de su familia como del equipo tratante.  Los aspectos éticos se nos harán presentes en forma explícita en muchos de estos casos y debemos tener un claro entendimiento del cómo y el por qué tomamos nuestras decisiones (Chamarro Lusar, 2007).

            A modo de cierre nos parece apropiado citar anecdóticamente la muerte del Dr. Sigmund Freud, quien después de haber sido intervenido en varias operaciones, su cáncer de boca recrudeció.  Debía soportar intensos dolores y molestias que le generaba la prótesis de paladar que le aplicaron para poder comer.  Agotado por tanto sufrimiento y padecimientos, de común acuerdo con su hija Ana, quien lo cuidaba cariñosamente, estaba dispuesto a morir.  La vida productiva y plena que tenía se había transformado en una carga y entendió su derecho de ponerle fin a su vida y le solicitó a su médico la eutanasia.  Una inyección de morfina terminaría con ese sufrimiento que ya no era sinónimo de vida digna (Dopaso, 2005).

Han pasado más de 60 años desde la muerte de Freud y en la actualidad contamos con recursos médicos y tecnológicos que antes no existían, sin embargo, las necesidades siguen siendo las mismas, es decir, la necesidad de terminar la vida de una forma dignamente humana.  Aquella palabra que tanto nos asusta, no solo a la comunidad médica, sino también a toda la comunidad profesional científica, quiere decir “buen morir” (eutanasia, del griego eu: bueno, y tanatos: muerte).  Diferenciamos en este sentido, la eutanasia activa que es una acción del médico para poner fin a la vida del paciente en ciertas circunstancias; y la eutanasia pasiva, en donde el médico deja de brindar o retira los medios con los que se logra mantener artificialmente con vida al paciente, y este muere como consecuencia de la propia evolución de su enfermedad (Dopaso, 2005).  En este caso se permite todos los recursos médicos y humanos necesarios para conseguir un adecuado control del dolor y los trastornos comunes propios de la enfermedad terminal.  Incluye asimismo, la preparación psicológica y espiritual del paciente y su familia como un intento de arribar a una aceptación del sufrimiento y la muerte.

Si bien la naturaleza del tema implica encontrarnos con diversas opiniones paradójicas que se originan en principios éticos, religiosos, filosóficos y científicos, el problema trasciende el ámbito académico y compromete los deseos e intereses de toda la sociedad humana y en especial, de aquel paciente que a causa de su enfermedad irreversible se ve sometido a diferentes intervenciones improductivas generando más dolor y sufrimiento, y aquellos pacientes que como el Dr. Sigmund Freud comprenden razones humanitarias suficientes para poner fin al dolor y al sufrimiento irreversible, teniendo en cuenta los derechos del ser humano de decidir y disponer sobre su propia vida, y así como vivieron de acuerdo a su voluntad, son protagonistas y mueren también de acuerdo a su voluntad y elección.

Para finalizar tomamos un representante en la actualidad del tema que tratamos, Derek Humphry, fundador de la Hemlock Society para la Defensa de la eutanasia en los Estados Unidos quien cita lo siguiente:

“Este es el panorama: padeces una enfermedad terminal, han sido agotados todos los tratamientos médicos aceptables para ti, y el sufrimiento en sus distintas formas es insoportable.  Dado que la enfermedad es tan grave, reconoces que tu vida se acerca al fin.  Piensas en la eutanasia como una forma de liberación.  El dilema es pavoroso.  Pero hay que enfrentarse con él.  ¿Debes seguir luchando, aceptas el dolor, toleras la indignidad, esperas el fin inevitable que puede tardar semanas o meses? ¿O debes recurrir a la eutanasia, que en su definición lingüística moderna ha llegado a significar “ayudar a morir bien”?

 

 

Referencias

 

Benyakar, M. (2006). Lo Disruptivo. Biblos, Buenos Aires.

Cataldi de Amatriain, R. (2003).  Manual de Ética Médica, Cap. VII Eutanasia. Ed. Universidad, Buenos Aires.

Chamarro Lusar, A-Gayá L. y otros (2007). Ética del Psicólogo. UOC, Barcelona.

UNESCO (2005).  Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos.

Dopaso, Hugo (2005). El buen morir. Ed. Longseller, Buenos Aires.

Escobar Triana, Jaime. Bioética y Derechos Humanos.  Versión internet.

Rocco, Jorge (2007). El buen vivir o el buen morir.  Versión internet.

 

La Creatividad

06.09.2014 10:02

                                                                                                                                                                                                                                                  Por Valeria Quiroga

    Comúnmente, se entiende por creatividad a la capacidad que tiene una persona para formar algo nuevo desde la nada o producir algo que no existe, de manera que surja una idea o un proyecto original, y porqué no hasta revolucionario (Leloir, 2014). En ocasiones, se la puede vincular con la inteligencia, definida como aquella capacidad de poder encontrar los  medios adecuados para arribar a un objetivo. De hecho, tomando la etimología de la palabra creatividad, encontramos que deriva del latín creare que significa engendrar, producir o crear (Churba, 2011). En contrapartida, se la suele confundir con el término innovación (Leloir, 2014). No obstante, creatividad e innovación representan dos caras de una misma moneda, ya que la creatividad está relacionada con el aspecto psicológico en la habilidad para pensar una idea única y diferente, en cambio la innovación está relacionada con la implementación de esas ideas nuevas. Por dicho motivo es que una persona creativa no siempre es innovadora, al igual que un innovador no siempre es creativo (González Valdés, 2000).

        Sin embargo, encontramos que la creatividad engloba otras conductas. Así, nos permitimos mencionar a la resiliencia, definida como la aptitud para enfrentar la adversidad y salir fortalecidos a pesar de los obstáculos. De esta manera, podemos hacer un paralelismo entre la creatividad y la resiliencia ya que consideramos que ambos conceptos se interrelacionan entre sí y se complementan. Ahora bien, ¿se podrán desarrollar estas aptitudes? Consideramos que las conductas se pueden desarrollar con plenitud, no sólo si existen en forma potencial en una determinada persona, sino también, --y no es un dato menor-- si la persona se encuentra inmersa en un ambiente facilitador y estimulante. En este caso, se puede contribuir a que emerjan incentivando la construcción de redes, que pueden ser tanto personales, afectivas, como laborales, ya que toda relación afectiva contribuye a la autoestima, la confianza en sí mismos, y a la contención, las cuales funcionarían como favorecedoras de la conducta creativa y resiliente, ya que facilitan la abolición de inhibiciones. No debemos olvidar, que las inhibiciones coartan tanto la libertad de acción como la capacidad volitiva, limitando, por tanto, el pensar creativo y la conducta resiliente. Por esta razón, asimismo, conforma una buena práctica, el hecho de que las empresas ofrezcan a sus empleados espacios motivacionales, como una manera de incentivar el pensamiento novedoso. Pensamiento que conlleva un beneficio para la organización, desde el momento que puede implicar la implementación de nuevas técnicas y métodos productivos, administrativos y/o tecnológicos.

      Por otro lado, es notable el modo en que la creatividad incide en el rendimiento. Investigaciones realizadas (González, 1984, 1986) han demostrado que los perfiles creativos se caracterizan por tener más de un objetivo planteado. Esto les permite pasar de un objetivo a otro en diferentes planos temporales, no dejando resto para el "vacío motivacional" (González Valdés, 2000 p. 15), en caso que se presente algún tipo de bloqueo en cualquiera de dichos objetivos.

      Cuando en una búsqueda laboral investigamos la creatividad, no sólo sale a la luz a través de la entrevista, es decir, en el conocimiento que alcanzamos de esa persona, sino que en las técnicas psicodiagnósticas administradas se puede observar, en la calidad de los trazos realizados, en la grafología, en la capacidad para integrar distintos elementos plasmados en las técnicas proyectivas, así como en su capacidad de abstracción, en su rapidez para encontrar asociaciones y la habilidad para expresar su universo simbólico.

Referencias

Churba, C. (2011). El poder de la creatividad. Versión electrónica disponible en:https://blogsdelagente.com/carloschurba/2011/07/08/etimologia-de-la-creatividad/comment-page-1/#comment-220

González, A. (1984). Estudio sobre factores que inciden en el rendimiento creativo en innovadores cubanos. Manuscrito inédito. CIPS, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, Cuba.

González, A. (1986). Experimento formativo para el desarrollo de la creatividad en la industria. Manuscrito inédito. CIPS, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, Cuba.

González Valdés, A. (2000). Análisis de experiencias aplicadas sobre innovación y creatividad: Precisiones conceptuales y resultados. CIPS, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, Cuba. Versión electrónica disponible en: https://168.96.200.17/ar/libros/cuba/america.rtf

Leloir, G. (2014). Comunicación personal.


Algunas consideraciones sobre el proceso de selección de personal

28.08.2014 14:56

        Por Valeria Quiroga

        La honestidad y la sinceridad conforman una de las competencias conductuales que se evalúan en el proceso de selección laboral, y que además de tener el significado que le damos usualmente al término, está en relación con el hecho de poder actuar conforme a las normas éticas y sociales en las actividades relacionadas con el trabajo. Definitivamente, la honestidad se valora ampliamente, que por otro lado, si el postulante miente u oculta información, de una u otra manera saldrá a la luz.

        Asimismo, consideramos que como profesionales de la salud mental, debemos propiciar un encuentro positivo con el postulante, otorgándole confianza y credibilidad, de lo contrario se estarían introduciendo variables poco deseables dentro del campo de la entrevista.

        En base a lo expuesto, cabría la pregunta si todos los profesionales están capacitados para mantener una entrevista laboral. No debemos olvidar que tratamos con personas y no con objetos, y muchas veces una intervención o una interpretación fuera de contexto termina siendo una agresión para el entrevistado.

        En cuanto al tema del entusiasmo y la motivación, consideramos que es necesaria y agrega valor a la evaluación de la persona. Nos habla del interés con el cual se presenta el postulante por el puesto ofrecido y por las tareas a desempeñar. En este sentido nos da la pauta que es una persona que se ubica bien en el mundo y dispuesta a enfrentarlo con energía vital.

        Compartimos ampliamente la idea que un profesional dedicado a la búsqueda de personal debe, indefectiblemente, tener la capacidad para detectar potencialidades, es decir, las aptitudes, definidas como las posibilidades máximas que posee una persona. En este sentido, debemos tener en cuenta a qué referimos cuando hablamos de "competencias", y no debemos olvidar que las competencias pueden observarse a través de los comportamientos, ya que aquéllas se encuentran en la parte más profunda de nuestra personalidad. Es decir, que si tenemos la capacidad para poder observar dichas competencias, podremos prever o pronosticar el desarrollo de esa persona en un puesto determinado. Esto confirma la hipótesis de que no todos los profesionales están capacitados para mantener entrevistas laborales.

        Además, consideramos que la persona dedicada a esta actividad, para poder llevarlo a cabo de una manera ética, debe cumplir ciertos requisitos mínimos personales tales como tener la responsabilidad y el compromiso de mantener una psicoterapia o análisis propio, poder supervisar ciertos casos y la formación permanente. En este sentido, no se debería diferenciar de las reglas fundamentales que tienen los psicoanalistas. Fundamentamos nuestra postura, partiendo de la base que cuando seleccionamos personal nos adentramos en el campo profesional de la Psicosociología Laboral, por ende, de la salud mental, y una de las definiciones de la salud es la capacidad que tiene una persona para amar y trabajar. Si nos enfocáramos más en esta definición, quizás, distinta sería la suerte que corren algunos postulantes en las entrevistas laborales.

        Creemos que la sobrevaloración por parte de las consultoras de la toma de tests indiscriminados, en desmedro de la observación clínica, surge por una imposibilidad por parte del entrevistador. Dicha imposibilidad radica en carecer de una sólida identidad que le permita saber quién es y cuál es su auténtica labor, y en consecuencia, se escuda detrás de las técnicas para no enfrentarse al sistema comunicacional, como si los tests constituyeran en sí mismos el objetivo del proceso psicodiagnóstico, y se "mal" utilizan como un escudo entre el profesional y el entrevistado, a fin de evitar el surgimiento de pensamientos y sentimientos que pueden movilizar afectos sin estar preparados para ello (Efron, Fainberg, Keiner, Sigal y Woscogoinik, 2010). ¿Cómo se puede conocer a la persona que tenemos enfrente, si nosotros somos los primeros que huimos, y ponemos obstáculos a la comunicación y al vínculo, que además, debe ser bidireccional?

        Por el contrario, postulamos que si nuestra tarea es conocer y comprender la historia de nuestro entrevistado, el único camino que nos conducirá a dicho puerto es bregar por la comunicación y por el acercamiento generando un buen vínculo, por respeto y consideración al ser humano. 

Referencias

Efron, Fainberg, Keiner, Sigal y Woscogoinik. El proceso psicodiagnóstico. En Siquier de Ocampo, M.L., Garcia Arzeno, M.E., Grassano E., y Colab. (2010). Las técnicas proyectivas y el proceso psicodiagnóstico. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.

Psicología Laboral - ¿Cuánto dura el período de adaptación?

28.08.2014 14:37

      Por Valeria Quiroga

      Nervios. Tensión. Ansiedad. Temor. Miedo: son sólo algunas de las emociones que se suscitan en una persona al ingresar a un nuevo trabajo, resultándole novedoso todo lo que lo rodea. Los tiempos organizacionales, la personalidad de cada uno de los integrantes de esa determinada organización, la brecha generacional, en algunos casos. Todo culmina siendo un factor de ansiedad, por cierto esperable, por tratarse de una situación desconocida, y al mismo tiempo razonable en cualquier otra circunstancia de la vida que connote una nueva experiencia. Por esta razón se contempla un período de adaptación, a través del cual tanto el empleado como el empleador, y los demás integrantes, se conocen uno al otro, se internalizan las tareas a cumplir y se intenta la identificación con la cultura organizacional. Siendo éste último un factor importante a fin de asumir como propios los valores, la misión, así como los objetivos de la organización.

        En otras palabras, debemos orientarnos a fomentar el sentido de pertenencia al grupo, así como tomar en cuenta y no subestimar los tipos de interacción que se generan en el equipo, examinando el grado de proximidad, igualdad y semejanza en cuanto a la estabilidad del grupo tomado en su conjunto. Dicha estabilidad dependerá de las situaciones, como también de la población del grupo, es decir, si hay en el mismo pruebas de solidaridad tendiendo a la integración y demostrando aprobación del nuevo integrante, o bien, si hay molestias con manifestación de agresividad (Maisonneuve, 1998). No debemos olvidar, por otro lado, que para que la estabilidad y homeostasis mencionada sea efectiva, se deberán tomar en cuenta los roles que cada cual ocupa en la organización, ya que su buen ejercicio guiará el proceso de interacción manteniendo la moral del grupo, reduciendo los conflictos interpersonales, y asegurando la expresión de cada uno tanto grupal como individualmente (Benne y Sheats, 1948, citado en Maisonneuve, 1998).

      ¿Cuándo se considera normal el tiempo de adaptación?

      En primer término, para ello deberíamos definir el término “normalidad”. En este sentido, consideramos “normal” a aquellos parámetros que se encuentran dentro de la media de la población estudiada, a la luz de datos netamente estadísticos. Sin embargo, como profesionales de la salud mental, no podemos dejar de bregar por el tiempo subjetivo de cada cual, siendo subjetivas todas aquellas vivencias, sentimientos, emociones y pensamientos que emergen de acuerdo a la historia personal de cada uno. Como ejemplo, citamos el tiempo y espacio subjetivos, los cuales difieren del tiempo cronológico y espacio objetivo, ya que según sea la experiencia agradable o desagradable, para ese sujeto en particular, será la vivencia del tiempo, acortada o interminable; o bien, un espacio podrá cobrar distintos sentidos y significados según cada historia personal e individual.

       Consideramos, para una buena adaptación e integración al ambiente, que es positivo colaborar en dicho proceso adoptando actitudes de integración. Nos referimos a desarrollar actividades que propicien el encuentro con los demás, para así, derribar o combatir fantasías que pudieran estar emergiendo por parte del nuevo empleado. Fantasías que son lógicas y habituales cuando del ser humano se trata.

      Desde lo recreativo, podemos sugerir la organización de almuerzos laborales, tomarse el tiempo para un día de campo con la intervención de diferentes actividades tendientes a favorecer la dinámica grupal, After-Office; hasta el ofrecimiento de capacitación permanente ya sea fuera como dentro de la empresa; cursos; seminarios, redacción conjunta de folletos informativos, foros temáticos permitiendo el intercambio de ideas. Son algunas de las estrategias y oportunidades que nuestro ser-social nos ofrece a la hora de integrar al nuevo empleado y que su período de adaptación sea lo más productivo posible.
     Por otro lado, también se logra que los empleados con más antigüedad obtengan un “refresh” laboral, incentivando la creatividad, estabilidad, autoestima, productividad y bienestar, dentro de un marco laboral tanto funcional como saludable.

 

Referencias

 

Maisonneuve, J. (1998). La Dinámica de los GruposCap. IV. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.    

Importancia del mundo simbólico en la construcción de la imagen corporal

19.07.2014 10:55

                                                                                                                                                                              Por Valeria Quiroga

   Desde el inicio de la vida se encuentra involucrado el cuerpo. Nacemos siendo cuerpo, un cuerpo al cual la madre debe ir moldeando, amando, tocando, besando, libidinizando para que ese ser no permanezca únicamente como un cuerpo, sino que a ese cuerpo se le deben ir agregando otros atributos para que de cuerpo biótico devenga a un cuerpo simbólico. Recién allí, ese ser tendrá la capacidad para comunicarse con los demás, podrá sentir, podrá reír, podrá aprender, en definitiva, podrá vivir. Parafraseando a Lacan (1936), en los comienzos solo hay imágenes, de las cuales la más importante es la imagen de la madre, representante, a su vez, del pecho materno. Este mundo de imágenes es lo que Lacan denominó el mundo imaginario. Al principio, el niño no podrá diferenciar las imágenes, es decir, no las podrá distinguir como externas porque serán una unidad junto a él. Con el ingreso al estadío del espejo es cuando comenzará a diferenciarse de aquel otro semejante que es la madre. No obstante, para que esto ocurra otro ingrediente se requiere para completar el mundo imaginario, y es la libido. Es decir, que la imagen sería un medio para que pueda circular la libido en toda la corporalidad del ser humano (Nasio, 1996).

Por lo tanto, la relación entre el Yo y la imagen, o entre el Yo y los otros o los semejantes se sustentará en la libido, definida como energía. Energía que se manifestará en el júbilo que presenta el infante cuando es colocado frente a un espejo. Este júbilo es el que le permite, asimismo, identificarse con aquella imagen que le devuelve el espejo, o sea su madre. En consecuencia, se obtienen tres términos que reflejan las etapas evolutivas del lactante, a saber, que en un comienzo se encuentra un cuerpo fragmentado que tomará unidad a través del estadío del espejo mediatizado e impulsado por la libido. Este ternario (Yo-Imagen-Libido) dará paso al mundo simbólico, el mundo propio de los seres humanos, el mundo que abre paso a la comunicación, al lenguaje, a las normas y a las leyes, representadas estas últimas por el Nombre del Padre, denominación que le dio Lacan a la ley paterna, posibilitadora del ingreso a la cultura. Ahora bien, la función del Nombre del Padre es mantener vivo el deseo de la madre, es tener la capacidad de separar al niño de su madre y que esa madre pueda sostener a su hijo aún mirando hacia otro lado, ¿a qué lado? mirando hacia el padre, es decir, como una madre deseante del padre, es una madre que desea al padre y no exclusivamente a su hijo. Esta noción colabora para que el hijo no quede atrapado en la voracidad de la madre y pueda ir estructurando su aparato psíquico (Nasio, 1996).

Por otro lado, dentro del ternario simbólico, además del padre, se encuentra la madre como Otro al cual el niño se identifica simbólicamente, no ya imaginariamente. Esta forma de identificación simbólica le permitirá la formación del ideal del yo (Nasio, 1996).

Por supuesto, que el ideal del yo pertenece a formaciones del desarrollo más avanzado. Sin embargo, deben ocurrir, evolutivamente, ciertos pasos y ciertas estructuras para poder alcanzar dicha formación. La misma se encuentra en estrecha relación con la formación de la conciencia moral y es herencia de las relaciones que se hayan establecido desde pequeños con los padres (Freud, 1932). El ideal del yo es el que portará, al término del Complejo de Edipo, el Superyó.

Es así como el niño se va formando su propia imagen corporal como aquella representación psíquica que se tiene del propio cuerpo, y en este proceso es que tiene principal importancia y protagonismo la función materna; función que se escenifica desde antes del nacimiento, y la cual debe asumir una responsabilidad y participación que incluye el deseo de ser madre. Dicho deseo será el motivo que impulse para ejercer los cuidados necesarios, para poder acariciar al bebé, aún desde lo biótico, para ser capaz de alimentarlo produciendo su propio alimento, brindando el pecho materno, el cual así como la madre lo cuida desde lo emocional, desde lo psíquico, la leche materna, cuida al niño de las infecciones, de las enfermedades y hasta se podría decir, de la muerte, en especial cuando se trata de niños nacidos prematuramente (Waserman, 2012, Octubre).


Referencias

 

Freud, S. (1932). 31ª Conferencia. La descomposición de la personalidad psíquica. En Obras Completas. Vol. XXII. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.

 

Lacan, J. (1936). Más allá del principio de realidad. En Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

 

Nasio, J.D. (1996). Los gritos del cuerpo. Buenos Aires: Paidós.

 

Waserman, M. (2012). Reflexiones sobre la función materna. En Revista Actualidad Psicológica, Año XXXVII, No. 412, p.9-12.

 

El Desamparo en las Patologías Narcisistas

13.05.2014 16:19

Por Valeria Quiroga

              El presente artículo tiene como objetivo hacer una breve articulación entre la teoría y la práctica en relación con las características de la patología narcisista centrando la atención, particularmente, en el desamparo vivenciado por estos sujetos.

            Cabe mencionar que dicho desamparo tiene su génesis no sólo desde el nacimiento del niño, sino que como componente filogenético tiene su origen arcaico en la historia familiar, y que en forma inconciente se transmite al niño ya desde la etapa prenatal, es decir, desde lo intrauterino el niño es ya libidinizado por los padres, otorgándole un lugar particular de alojamiento, y que luego, al nacer, todas estas sensaciones y emociones percibidas por los padres, son traducidas en palabras, imágenes y actitudes que estarán teñidas por la historicidad misma de los padres.

            En el caso que esta historicidad esté fallida ya sea porque han quedado elementos a la deriva y que no han tenido un anclaje en el aparato psíquico, ya sea desde la verdad material, histórico-vivencial o desde la realidad psíquica (Freud, 1937a); aquí es cuando el rol del analista como agente promotor de la salud y como sostén en estos casos graves debe actuar otorgando una historización simbolizante (Freud, 1914).  Trabajar la reconstrucción de una historia que no fue, de una historia fracasada, de una ilusión que una desilusión instauró como constitutiva dando al sujeto vivencias de desamparo, aniquilamiento y vacío.  En otras palabras, construir con el analista una historia transferencial que conducirá a una versión con elementos nuevos donde el sujeto pueda encontrar su propia historia.

            Asimismo, se analizará el impacto y las consecuencias que podría tener en el aparato psíquico en formación, cuando una madre libidiniza fuertemente a su hijo, pero a la vez y paradójicamente es deslibidinizado abruptamente como consecuencia de imposibilidades y de fuertes conflictivas vivenciadas por la madre y a causa de esta problemática no puede narcisar a su hijo adecuadamente.  Por lo tanto, el niño queda sujeto a un aniquilamiento psíquico dejándolo en una situación traumática que por su inmadurez tanto psíquica como física no puede elaborar ya que no presenta aún los recursos ni simbólicos ni fisiológicos necesarios para elaborar estas situaciones de afecto hipertróficas (Freud, 1917).

            Por último, se relacionará la patología narcisista desde el abordaje terapéutico teniendo en cuenta los aspectos transferenciales y contratransferenciales.  Desde este punto de vista, se considera de importancia el vínculo transferencial, crucial en estas patologías graves, para poder resignificar aquellos objetos significativos ya que al haber escasez o falta de inscripciones psíquicas, se deberán reelaborar en el vínculo transferencial, o mejor dicho, se deberán construir en el transcurso del análisis (Freud, 1937b).

            La etapa prenatal y postnatal es la etapa más importante en cuanto a la constitución del aparato psíquico y su posterior desarrollo tanto libidinal como del Yo.  Al comienzo, el niño solo cuenta con el olfato, el oído y con la zona oral para conseguir reconocer a su madre y a partir de allí entablar el vínculo más primario lejos de la vida intrauterina.  Durante los primeros meses el niño aún depende tanto fisiológica como psicológicamente de la madre ya que no posee los recursos ni físicos ni psíquicos para elaborar y resolver las distintas situaciones y estímulos que se le presenten.  De esta manera, la madre debe decodificar las señales que le envía el niño, y así ambos irán construyendo el vínculo indispensable para el buen crecimiento y desarrollo del niño.  Por otro lado, Winnicott (1954) plantea que no solo la madre deberá ofrecer los cuidados propios de su función sino que le da importancia al medio ambiente como facilitador del crecimiento personal del niño.  Si el medio ambiente no se comporta bien, el sujeto se verá obligado a defenderse de éste mediante ataques y reacciones que obstaculizan su precoz desarrollo del “self” (Winnicott, 1954, p. 394).

            En la clínica, se puede evidenciar que algunas madres se encuentran melancolizadas, debido, en ocasiones, a historias de duelos no elaborados. En este punto, cabe preguntarse ¿dónde se encuentra psíquicamente esta madre con un duelo patológico de por medio?, es decir, qué elementos narcisistas le puede brindar a su hijo para que pueda constituir su subjetividad, o en palabras de Bion, de qué manera le puede traducir los elementos psíquicos transformados en alimentos psíquicos saludables, si la madre misma presenta una desgarradura en el Yo, desgarradura que la escinde dejando a su hijo en un lugar de desequilibrio y desorganización.  Significando con esto que por un lado acepta la realidad que le brinda el conocimiento de su maternidad, pero por otro la rechaza, dejando al niño en un estado de desvalimiento no sólo físico sino también psíquico.

            Este desvalimiento y vacío aniquilante se manifiesta en ciertas características presentes en los sujetos narcisistas como trastornos de la afectividad, incapacidad para experimentar tristeza y dolor ante una pérdida, ataques de furia y venganza, disociación entre amor y odio, vivencias de soledad, miedo y rabia, trastornos sexuales y sociales, manifestadas en inhibiciones laborales y sociales.

            Estas circunstancias, nos remite a que la madre también podría estar resignificando su propio trauma de nacimiento, reeditando su angustia tóxica, según sea su realidad psíquica construida a partir de los relatos, la novela familiar, los mitos y fantasías, es decir, a partir de la verdad histórico-vivencial de la madre (Freud, 1937a).  Según lo planteado por Freud (1932a) el sujeto atraviesa según sea la etapa del desarrollo, por diferentes tipos de angustia, generada por una situación de peligro que se torna adecuada a ella.  En el nacimiento la angustia tóxica, se presenta como una forma de defensa frente al cúmulo de estímulos displacenteros, ya sean corporales y externos para los cuales el niño no presenta elementos cognitivos ni simbólicos para enfrentarlos y elaborarlos psíquicamente (Freud, 1917). Estas percepciones displacenteras invaden al neonato generando una condición de angustia que, a lo largo de su desarrollo evolutivo, aparecerá nuevamente ante una amenaza frente a la integridad psicofísica. 

            Si dichas sensaciones displacenteras continúan, es decir, si no hay un Otro que ponga coto al displacer, si no hay Otro que sostenga, el desamparo toma partido ingresando y estableciéndose como núcleo de la futura personalidad.  Por este motivo, la angustia que causa la separación de la madre en el acto del nacimiento será el modelo de las sensaciones de angustia posteriores (Freud, 1917, Lacan, 1955).

            Cuando un niño nace, estas sensaciones displacenteras retornan tanto al niño como a la madre, generando en ambos, emociones difíciles de sobrellevar.  Estas circunstancias colaboran para que la madre sienta la angustia de separación que otrora en forma de huella marcó su aparato psíquico y conserva en forma inconciente.  Ahora las percepciones ocasionadas por el parto de su niño hacen presentes aquellas huellas.

            Generalmente, madres narcisistas crean un vínculo simbiótico pero desde lo pulsional mortífero, es decir, la madre se encuentra invadida por un vacío, por la imposibilidad de realizar cualquier actividad y más aún de poder investir libidinalmente a su hijo y ofrecer los elementos simbólicos y emblemas para poder conformar el aparato psíquico de un sujeto en forma saludable. 

            En cuanto al abordaje analítico y desde la postura tomada por Winnicott (1954) es saludable y necesario que el sujeto pueda defender su self o su Yo contra un fracaso específico desde el medio ambiente, posibilidad incompleta que tienen estos sujetos, fundamentando esta idea, en que la madre no puede libidinizarlo y cuando busca al padre tampoco lo encuentra (en ocasiones, pueden manifestar odio hacia el padre).  De allí que estas patologías narcisistas presentan un Edipo incompleto en donde el Superyo se conforma perdiendo su fuerza y su configuración (Freud, 1932b).  En tal sentido, el Superyo no es aquí el heredero del Complejo de Edipo, por tal razón el Superyo se configura en sus características más sádicas.

            Las identificaciones se construyen con el analista desde lo especular e idealizador y desde aquí crearán una historia transferencial que conducirá a una historización simbolizante desde el espejo que significa el analista para el analizante (Freud, 1914).

            En pacientes graves se trata de instaurar algo nuevo, instaurar aquello que nunca estuvo.  Si para poder olvidar hay que primero recordar (Freud, 1914), nos preguntamos cómo inicia la patología narcisista el vínculo transferencial. 

            Por lo tanto, podríamos inferir a partir de lo expuesto, que en la transferencia analítica éstos pacientes actúan aquello que no fue, es decir, no hay nada para recordar porque no hubo nada para olvidar (Freud, 1914).  Entonces ¿qué es lo que actúan en análisis? Actúan lo primordial, el desvalimiento, actúan la reacción que no pudieron tener entonces, para poder crear una nueva historia para un trauma antiguo a través de la cual pueda crear en lugar de repetir aquella lucha entre el deseo de fusión y búsqueda de separación.  Una nueva historia en la cual los actos de venganza e ira se transformen en un Yo discriminado, autónomo, y en un Superyo normativizante y benévolo, en donde pueda ser un sujeto deseante dando lugar a un Ideal del Yo, minorizando su perfeccionismo.  Es decir, se apela, a una menor fijación al trauma, a una menor alteración del Yo y a una menor intensidad pulsional domeñada por su Yo en correlación con la prueba de realidad (Freud, 1937b).

            Teniendo en cuenta el desarrollo realizado en el presente artículo y sin omitir los objetivos volcados, merece la atención concluir el mismo, teniendo en cuenta las características y manifestaciones de las patologías narcisistas realizando un paralelo a la luz de la actualidad y centrando la atención en las causas que llevan a que en la sociedad actual se esté presentando una prevalencia de estas patologías.

            En primer lugar, se podría apuntar al concepto que Freud le otorgó a la cultura al plantearla como un dique que viene a poner coto a lo pulsional.  En este sentido la cultura es la ley que se impone desde afuera para dar salida a la exogamia y junto con ella, a la madurez psíquica y a la autonomía apelando a recursos sublimatorios que otorgarían una integridad biopsicosocial. 

            Justamente, la sociedad de hoy y junto con esta los individuos inmersos en ella, juegan un rol mortífero de desborde pulsional, en donde todo es llevado al límite.  Como ejemplos se podrían citar las adicciones, las perversiones, las patologías fronterizas, las psicopatías y los trastornos de la alimentación, para las cuales contribuyen las permanentes invasiones mediáticas desde los medios de comunicación y desde las redes sociales virtuales.  Todo se ha transformado en un vacío de ley, en una transgresión a la moral, a la ética y a una carencia de valores que sólo contribuyen al desborde pulsional y al debilitamiento del Superyo y junto con él, dejando un Yo débil, humillado y doblegado por el Ello.

            Por otro lado, desde lo cultural, así como en las patologías narcisistas, se observa una falta de discriminación entre lo interno y lo externo, entre lo público y lo privado, dificultando la captación de las diferencias del Otro, quedando así perturbada no solo la subjetividad sino también la intersubjetividad.  El permanente control frente al Otro se hace presente como forma de defensa generando vínculos agresivos, y esto lo vemos cotidianamente como forma de malestar en la cultura, tal como lo planteó Freud.

            Para concluir, una de las formas de poner límite al sin límite desde lo cultural podría ser otorgar más posibilidades de sublimación desde lo literario, teatral, desde la creación, desde la posibilidad de asociar con la fantasía a fin de que los actos de los sujetos no sean meros pasajes al acto.  De esta forma, se lograría una nueva forma de procesamiento psíquico, si se permite, más neurótico, y por ende, menos patológico.

Referencias

Freud, S. (1914). Recordar, repetir y reelaborar.  En Obras Completas. Vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.

Freud, S. (1917). La angustia.  En Obras Completas. Vol. XVI. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.

Freud, S. (1932a). Angustia y vida pulsional. En Obras Completas. Vol. XXII. Buenos Aires. Amorrortu Ediciones.

Freud, S. (1932b). La descomposición de la personalidad psíquica. En Obras Completas. Vol. XXII. Buenos Aires. Amorrortu Ediciones.

Freud, S. (1937a). Construcciones en el análisis. En Obras Completas. Vol. XXIII. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.

Freud, S. (1937b). Análisis terminable e interminable. En Obras Completas. Vol. XXIII. Buenos Aires: Amorrortu Ediciones.

Lacan, J. (1955). Introducción del gran otro. En Seminario 2. Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. (1954). Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco psicoanalítico. En Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona: Laia.

Función Materna

01.03.2014 18:38

Por Valeria Quiroga

Es menester diferenciar los términos función materna y cuidados maternos. Se entiende por función al rol ejercido por la mujer deseante de ser madre y que no está en relación solo con los progenitores sino con el que ejerce ese rol con amor, ternura, devoción y sería el que guía, educa y protege a su hijo de los peligros que puedan atentar contra su vida ya sea biótica, psíquica y socialmente. Se podría postular que la función materna es a lo psíquico como el cuidado materno es a lo biótico. Por otro lado, la referencia a función alude al lugar que ocupa ese niño en el deseo de la madre, es decir, cómo fue esperado el hijo, si fue pensado o solo “vino por sorpresa”, si la madre puede compartir el deseo del hijo junto con su pareja o es una madre que no cuenta con su apoyo, ya sea por muerte, separación, o como ocurre en algunos casos, que el padre se encuentra lejos y solo es sustento económico (Levin, 2012, Octubre).

                                                Sin embargo, no toda mujer tiene deseo de ser madre, con lo cual se infiere que dicha mujer no estaría preparada para ejercer la función materna, pero sí quizás ofrecer cuidados maternos. Los cuidados podrían ofrecerse siempre, a diferencia de la función que requiere de un corte en el momento apropiado para que el infante pueda organizarse psíquicamente y no quedar dependiente y adherido a la madre, lo cual lo conduciría a quedar encerrado de manera simbiótica dentro de ella (Levin, 2012, Octubre).

                                                Cabe aclarar aquí, que madre y mujer no corren por caminos idénticos. Una no implica la otra. Por un lado, la mujer está en relación con lo biótico, con la sexualidad; en cambio, la madre está en relación con lo simbólico, con aquello que fue transmitido psíquicamente de generación en generación, históricamente, y de cuyo resultado se sirvió la madre para legar los atributos maternales y femeninos a su propia hija, o el padre a su propio hijo. Por ello, se infiere que de este interjuego identificatorio, a través de los juegos simbólicos que la niña entable con sus muñecos, es decir, con sus hijos simbólicos, nacerá la potencial función materna; función que en nada coincide con el instinto materno. En otras palabras, el ser padre o ser madre, se llega a ser, según hayan sido las vicisitudes identificatorias y del camino que pudo transitar el Complejo de Edipo. El ser madre, no implica necesariamente ser acreedora de la función materna. Se postula, por consiguiente, la importancia de la madre, o en todo caso, su sustituto, o el que ejerza dicha función en los primeros años de vida, para construir un juego simbólico, de tal manera que instalen en esa niña o niño sus funciones maternas o paternas que se encuentran en forma latente, las cuales implican la psicosexualidad, es decir, la genitalidad y no la mera sexualidad (Gerez Ambertin, 2012, Octubre).

                                                No se centra aquí la atención en lo estimulante sino en lo vivencial, no se prioriza el tener al niño en brazos, sino en el sostener, ni tampoco en el tacto con el niño sino en el “contacto” (Calmels, 2007, p.29); que de estas muestras de afecto, el niño pueda ir desarrollando y descubriendo sus propias percepciones y necesidades así como conocer y reconocer a aquella persona que lo sostiene, lo contiene y alberga, que es su madre (Calmels, 2007).

Referencias

Calmels, D. (2007). Juegos de crianza: el juego corporal en los primeros años de vida. Buenos Aires: Biblos.

Gerez Ambertin, M. (2012). La función materna y sus paradojas: la grieta entre madre y mujer. En Revista Actualidad Psicológica, Año XXXVII, Nº 412, p.2-4.

Levin, I.S. (2012). Función materna: un aspecto del Otro primordial. En Revista Actualidad Psicológica, Año XXXVII, Nº 412, p.13-17.

Breve análisis y reflexiones de Kung Fu Panda II

08.01.2014 10:50

 Por Valeria Quiroga  

            Todos, en mayor o en menor medida, somos Paw. Descubrir la paz interior, oír la voz interior o escuchar nuestro inconciente, es lo que nos lleva a poder conocernos mejor, saber quiénes somos y qué misión tenemos en la vida, o mejor dicho, cuál es nuestro deseo.

            Distinguir entre lo público y lo privado, es decir, descubrir qué me pertenece a mí y qué al otro, o en palabras de Panda, cuando descubrimos que el problema no está en ti sino en mí, descubrimos la paz interior. En otros términos, es descubrir nuestro verdadero yo, y que pueda actuar libremente, sin conflictos entre las demás instancias psíquicas.

            Paw estaba aquejado por visiones, sueños y pesadillas, que bien como intervino la pitonisa, ¿serían pesadillas o recuerdos? Recuerdos que debía dejar fluir, y un modo para conseguirlo era no bloquear la emergencia del recuerdo. La pitonisa allí actuó a modo del analista, interviniendo para que devenga conciente lo inconciente, diluyendo las resistencias para que emerja el recuerdo olvidado, para que salga a la luz aquel saber inconciente, filogenético y primordial (Freud, 1937).

            Una vez que se logra alcanzar la paz interior, nada resulta imposible, es decir, una vez que descubrimos nuestro deseo, con seguridad y convicción, nada nos puede detener. En cambio, si continuamos por el camino que creemos hemos elegido por pensar que ya nada tiene solución, o que ya hay para nosotros un destino marcado y no se puede cambiar, entonces, ahí sí, nos podemos encontrar con la derrota.

            Paw, al igual que todos los seres humanos, va en búsqueda de su identidad y de dar sentido a su misión en la vida, persigue encontrar el origen de su misión, o, en otras palabras, el camino de su ser interior. Ese era su deseo y nada lo detiene.

            Se puede observar la presencia en el Panda de la pulsión de saber, que se podría relacionar con la necesidad de reconocimiento, necesidad de reconocimiento de ser quien es (Freud, 1905). Aquí cumplir con el destino es cumplir con el deseo.

            Esta historia nos marca, además, cómo podemos construir otra historia, nuestra propia historia. En textuales palabras: “el comienzo de nuestra historia no la decidimos nosotros, pero el resto de nuestra historia sí” (Kung Fu Panda II, 2011). Por lo tanto, debemos defender nuestra propia batalla. Pero debemos tener claridad de nuestra historia para poder dejar descansar el pasado y construir en miras a un futuro que nosotros elegimos, ahora sí lo elegimos, en el presente, en el ahora. Recién cuando sabemos quiénes y qué somos, así como quiénes no somos ni qué no somos, podemos tener la fuerza, seguridad y convicción par alcanzar nuestro deseo.

            Panda nos enseña a encontrar esa paz interior luego de tanto dolor, apela a la resiliencia, y al saber hacer con ese pasado que no nos condena, sino que nos permite ver el presente, disfrutarlo y pelear por él.

Referencias

Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. En Obras Completas. Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1937). Construcciones en el análisis. En Obras Completas. Vol. XXIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Kung Fu Panda II (2011). Versión electrónica en: https://www.peliculas4.com/ver-kung-fu-panda-2-2011-online-2-3121.html

Incidencia de las distintas generaciones en las relaciones laborales

27.11.2013 17:02

Por Valeria Quiroga

        En la actualidad, las organizaciones se encuentran habitadas por distintas generaciones, abarcando, generalmente, los nacidos en la década de los años 60 hasta los nacidos cerca del nuevo milenio; sin omitir las generaciones anteriores, incluyendo los Baby Boomers, quienes componen la generación de los años 40. Luego, las denominadas Generaciones X (1961-1981) e Y (1982-2001). La generación Z (2002 en adelante), aún no ingresó en el mundo organizacional ni laboral, motivo por el cual no conocemos aún sus efectos, aunque se pueden inferir (Horovitz, 2012, Abril).

        Dicha brecha generacional, naturalmente, desemboca en diferencias a la hora de ponerse de acuerdo o, simplemente, cuando se trata de prioridades que hacen al ámbito laboral. Esta diversidad, por un lado, ocasiona la riqueza de ideas, que engendran la diversidad de la cultura organizacional. Sin embargo, en otras ocasiones, genera malos entendidos, desmotivaciones o, en el peor de los casos, frustraciones. 

        Lo mencionado, se podría correlacionar con el conflicto de la brecha generacional planteada por Blos (1991). Si bien Blos lo planteó desde el conflicto adolescente, nosotros, lo relacionamos con la población trabajadora de la generación Y. Es decir, los nacidos en la generación Y son a la generación X, como el adolescente es al adulto. Nos referimos a que el conflicto colaboraría para que el adolescente pueda realizar la transición a la vida adulta logrando separarse de los padres de una forma adecuada. La ausencia del conflicto generacional, ocasiona, al adolescente, una conducta de distanciamiento tal que impide su normal crecimiento, con el consecuente surgimiento de conductas oposicionistas y antisociales (Blos, 1991). De esta misma manera, reconocemos el conflicto en las organizaciones. Cuando un nuevo empleado ingresa a una determinada cultura organizacional, generalmente, les cuesta adaptarse a las nuevas modalidades de trabajo o de estructura, y por ello, intentan modificar los procedimientos. Aquí es cuando surge una guerra de poder y de territorio. En este sentido, es natural, que se jueguen conflictos de intereses de ambos lados; no obstante, las personas que ocupan cargos superiores de dirección, gerenciales o de supervisión deben comprender que dicha reacción es un modo de procurar diferenciarse y de adquirir cierta independencia, y por qué no, de pretender que algo de su personalidad ingrese en ese ámbito al que se propone conquistar.

        Lo cierto es que las nuevas generaciones nos obligan, cada vez más, a practicar la flexibilidad. No es una cuestión de batalla, de observar quién gana, sino más bien, de que todas las generaciones ganen en este nuevo aprendizaje cultural del complejo mundo de la diversidad. Este escenario, nos pone en evidencia el nuevo paradigma de la complejidad (Morin, 1995). Dobzhansky, el biólogo ruso, afirmó que "desgraciadamente la naturaleza no ha sido lo bastante gentil como para hacer las cosas tan simples como nosotros quisiéramos que fuesen. Debemos afrontar la complejidad" (Dobzhansky, citado en Garrido, González de Molina, 2007, p.56).

        Por lo tanto, no debemos intentar fragmentar el mundo en sus partes constitutivas, tampoco reducirlo, ni simplificarlo, sino al contrario, nuestro desafío es la integración, que nos conduce a un mundo de mayor comprensión, para así, poder disfrutar de nuestra cultura organizacional. Cultura que nos gratifica con aquellos valores y creencias que nos identifican en esencia, los cuales serán percibidos por todos los integrantes de la organización en toda su plenitud.

        Fuimos educados a través de un pensamiento mecanicista, proveniente de los conceptos clásicos de la física newtoniana. Sin embargo, ese paradigma ha caducado y nos hemos sumergido en la incertidumbre propia del nuevo paradigma de la complejidad, donde ya no hay orden sino desorden; ya no hay certezas, sino probabilidades. Por consiguiente, construimos en el desorden. Por tal motivo, debemos aprender a vivir y convivir con la incertidumbre (Morin, 1995). Esa es la distancia que media entre la realidad y la teoría.

        Como ejemplo de este tipo de pensamiento de la complejidad, podemos citar a Pascal, quién postuló: "Todas las cosas son ayudadas y ayudantes, todas las cosas son mediatas e inmediatas, y todas están ligadas entre sí por un lazo que conecta unas a otras, aún las más alejadas. En esas condiciones considero imposible conocer las partes si no conozco el todo, pero considero imposible conocer el todo si no conozco las partes" (Pascal, citado en Morin, 1995, p.16).

        La cosmovisión de Pascal puede ser aplicada, asimismo, a las relaciones dentro de las organizaciones, ya que nada está aislado en el universo organizacional, sino que todo y todos están en relación (Morin, 1995). Por lo tanto, como conclusión, podemos aseverar que ya la diferencia de generaciones no nos aleja, sino que podemos acercar la brecha generacional, nutriéndonos y enriqueciéndonos unos a otros respetando la diversidad.

Referencias

Blos P. (1991). La transición adolescente. Buenos Aires: Asapia Amorrortu.  

Garrido, F., González de Molina, M. y otros (2007). El paradigma ecológico en las ciencias sociales. Barcelona: Icaria Editorial.

Horovitz, B. (2012). After Gen X, Millennials, what shoud next generation be?. EE.UU.: USA Today.

Morin, E. (1995). Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad. Buenos Aires: Editorial Paidós.

UN ANÁLISIS POSIBLE

14.11.2013 17:59

Por Valeria Quiroga

El Cisne Negro: un desdoblamiento en lo real

        El tema principal de la película “El Cisne Negro” gira en torno a la historia de una bailarina adolescente, y el camino profesional que realiza hasta alcanzar su mayor aspiración y deseo que era llegar a protagonizar la obra “El Cisne Negro”, realizando con gran esfuerzo no solo físico sino también emocional, la interpretación de ambos papeles: el Cisne Blanco, un cisne bondadoso, frágil, casi etéreo, suave y angelical, como su contracara malvada El Cisne Negro, con todas las características de persecución, maldad y sadismo. 

        El argumento de la película consiste en la difícil existencia de Nina, una adolescente ambiciosa, perfeccionista y obsesiva, que lleva su vida al límite de su existencia, debido a conflictos intrapsíquicos, producto tal vez, de una infancia con ciertas carencias, no solo afectivas, sino de las identificaciones tanto primarias como secundarias, que han generado en ella un vacío existencial y representacional. Este vacío, la protagonista, intenta ocuparlo con su mayor afición que es el baile. La cima de su carrera sería alcanzar, y que la nombren para protagonizar El Cisne Negro. Sin embargo, cuando lo logra, cuando se gana el lugar frente a su profesor Thomas y obtiene la aprobación del público y de sus compañeras, Nina decide terminar con su vida, tal como lo ejecutó el protagonista de la obra El Cisne Negro.

        Cabe aclarar que Thomas es un maestro que la seduce intentando producir en Nina desinhibiciones de tipo libidinosas. Es exigente a tal punto, que actuaría al modo de un Superyo sádico, quizás aquel Superyo que carece Nina, pero, que en esta oportunidad, se vuelve contra ella en una forma sádica y déspota. En un momento determinado, el profesor, le dice a Nina en forma de moraleja, que el Cisne Negro “halla su libertad en la muerte”, palabras que Nina toma al pie de la letra en el final de la obra. Aquí se puede observar la incapacidad simbólica de la protagonista. Las palabras pierden su capacidad de símbolo y se transforman en literalidad. Asimismo, se evidencia la disociación existente entre el yo psíquico y el yo corporal.

        Por otro lado, se observa a la madre de Nina, una mujer frustrada e insatisfecha, que intenta inocular en la hija su propio deseo frustrado. Es una madre posesiva y absorbente al extremo. Se podría inferir la presencia de una de las enfermedades que intoxican la relación materno-filial y que crean serias consecuencias en los niños (Spitz, 1965). Dicha enfermedad psicotóxica es “la fluctuación entre el mimo y la hostilidad” (Spitz, 1965, p.179). Así se engendraba la relación entre Nina y su madre, entre el amor y el odio; entre la aceptación y el rechazo. Esta oscilación y ambivalencia, quizás, estaría generada por la frustración que ha tenido la madre de Nina al tener que dejar su propia carrera de bailarina para poder criar a su hija, con el agravante que, según lo que se evidencia, ha tenido que hacerse cargo ella sola, sin una imagen masculina que colabore en el crecimiento sano de Nina. ¿Será ésta la causa de los conflictos que luego surgen en Nina? ¿Será una falla en la constitución del narcisismo primario el origen de que Nina presente luego alucinaciones de tipo autoscópicas? Es decir, el ver su propia imagen desde afuera, como en un espejo, al estilo de un Superyo que vuelve y ataca desde el exterior. Se hace referencia que al no presentar la huella mnémica que inscribe dichas representaciones en el inconciente, como estructurante de un aparato psíquico sano, las imágenes retornan no como fantasías sino como alucinaciones. Este desdoblamiento, se presenta como regresión a los momentos integrativos de la conciencia del cuerpo y de sus relaciones con el Otro que evidencian un replegamiento sobre sí, adquiriendo, asimismo, características autoeróticas (Fischer, 1999). Dicho autoerotismo, es el que nos indica que fue esta temprana etapa la que no logró integrarse a la personalidad. Allí, donde debía ocurrir la integración, ocurrió, valga la ambivalencia, la fragmentación.

        Nina presenta las características de una adolescente solitaria, sumisa y triste. La obsesión que presenta por su marcada tendencia al perfeccionismo le ha generado mecanismos de defensa rígidos, principalmente aislamiento y anulación, cuya cancelación le ocasiona angustia. La falta de flexibilidad es, quizás, lo que la diferencia de su compañera del grupo de baile, Lily, cuyas características la ubican en el síndrome normal del adolescente, es decir, con presencia de conductas típicas de este síndrome, entre las cuales se pueden mencionar, la tendencia grupal, la oscilación entre la sexualidad infantil y la adulta (Aberastury, Knobel, 1974), es decir, aún persistiendo en las pulsiones parciales y autoeróticas, como así también, la progresiva separación de los padres, característica que Nina aún no puede lograr, ya que la madre se lo impide dada la actitud de posesión y absorción. Esta actitud se observa, asimismo, en que la madre continúa libidinizando el cuerpo de Nina como en los primeros años de la infancia. 

        En este punto, se podría correlacionar con el conflicto de la brecha generacional planteado por Blos (1991), ausente en este caso. Dicho conflicto colabora para que el adolescente pueda realizar la transición a la vida adulta logrando separarse de los padres de una forma adecuada. La ausencia del conflicto generacional, ocasiona, al adolescente, una conducta de distanciamiento tal que impide su normal crecimiento, con el consecuente surgimiento de conductas oposicionistas y antisociales (Blos, 1991).

        En relación con el modelo familiar presentado, se podría inferir la carencia de modelos familiares disponibles para que Nina pueda haberse identificado y haber podido desarrollar una personalidad normal. Por otro lado, la madre no solo asfixia a la adolescente con sus cuidados y sobre-estimulaciones de excitaciones libidinales, sino que luego se coloca en una posición de control y prohibiciones, ocasionando en Nina una imposibilidad de descarga de dichas excitaciones, impidiéndole tramitar psíquicamente esas influencias. Es decir, entorpeciendo el encuentro de representaciones psíquicas que puedan colaborar para asociar objetos tanto internos como externos, y así poder tener una posibilidad de liberación tanto psíquica como física.

        Las identificaciones son necesarias en la adolescencia como un modo de afirmación de la identidad sexual, y así tener las condiciones para la búsqueda de un objeto heterosexual como elección de objeto. En el caso de Nina, como no ha tenido modelos con quienes identificarse, se podría inferir que su elección de objeto sería del tipo narcisista, es decir, una elección basada en lo que ella fue, en lo que ella querría ser y en lo que ella es en la actualidad (Freud, 1914). El conflicto de identidad por el que atraviesa la protagonista, sería una de las causas por la cual Nina presenta fantasías de seducción de tipo homosexual. Sin embargo, esta conducta sería típica de la adolescencia. Los adolescentes, en su búsqueda de roles e identidades, suelen atravesar por este tipo de fantasías, que en ocasiones, incluyen conductas de rebeldía tanto civil como sexual (Aberastury, Knobel, 1974).

        En el caso de Nina, a falta de un modelo con quien identificarse, logra una identificación con el Cisne Negro. Ésta, llega a tal punto, que en el momento que el “Cisne” (Nina) se está preparando para salir a escena, se mira los pies, y alucina que tiene los pies como un cisne (con los dedos unidos unos con otros, reflejando la forma palmípeda de las aves acuáticas). A partir de allí, su Yo débil, logra inflarse al punto de la megalomanía, de la omnipotencia y omnipresencia… es así como conquistó al público, con esa arrogancia, presencia e inflación Yoica, que no tuvo sostenimiento alguno, salvo en la huida hacia la muerte.

        La realización de su tan ansiado deseo no fue concomitante con su expresión emocional. ¿Es por esta razón que se suicida entonces? ¿O Nina estaba tan capturada por la pulsión de muerte, que, en su delirio, puso en acto lo que estaba representando en la fantasía? En este sentido, sería el producto de la alteración de la conciencia de sí misma, a través de la cual no diferencia el Yo del No-Yo. A tal punto, que ella y el Cisne Negro eran uno solo. Eran la simbiosis propia del autoerotismo.

        La conducta social que presenta Nina, está perturbada por la competencia y rivalidad que traen como consecuencia una ansiedad de tipo persecutoria, ofreciéndole como mecanismos de defensa el control omnipotente, la negación, la identificación proyectiva (al identificarse con el Cisne Negro), la idealización y la regresión a etapas anteriores a su desarrollo evolutivo, donde quizás las gratificaciones eran mayores. Bien se sabe, que el desarrollo biológico no siempre coincide con el desarrollo emocional. Ya Freud (1917) postuló que cada etapa evolutiva lleva adscripta cierta condición de angustia. Así, la etapa de falta de autonomía corresponde a los primeros años infantiles, la angustia de castración corresponde a la etapa fálica, y el temor al Superyo corresponde al período de latencia. De esta forma, podemos ubicar a Nina en intentos de regresar a dichas etapas. Su madre así la ubica, tratándola como si estuviera en la época de desvalimiento y de falta de autonomía. Esta característica se evidenció en las escenas que la madre la vestía y la desvestía cuando regresaba de sus clases de danzas y ensayos. En cierto momento, Nina tuvo un intento de rebeldía, al aceptar la salida con Lily, pero luego, colmada de sentimientos de culpa, retornó al seno materno con las consiguientes escenas de necesidad de castigo. Castigo que se manifestaba claramente cuando se impartía autoagresiones físicas, (lastimándose la espalda), a modo de volver hacia su propia persona la agresión reprimida.

        Por lo expuesto, se considera de suma importancia, la influencia que tienen los padres, no solo en los primeros años de vida, sino también en la transición adolescente, ya que está considerado como un período en donde los sujetos reeditan el Complejo de Edipo, requiriendo por ende, igual atención que en aquellos tiempos. Por lo tanto, regresan la demanda, la rivalidad, la hostilidad, la necesidad de individuación con la consiguiente separación. Los padres deben estar preparados para aceptar y acompañar el crecimiento y la maduración de los hijos, de lo contrario los abandonarían a la soledad, la depresión, a conductas antisociales y compulsivas, obturando y confundiendo el síndrome normal de la adolescencia. Por ende, obligando a los adolescentes a sumergirse en su propio mundo, y contribuyendo a la necesidad de buscar otros sustitutos, que en ocasiones, resultan nocivos para ellos. Entre estos factores nocivos, se pueden mencionar las adicciones, la falta de sublimación y, principalmente, la falta de representaciones simbólicas, capaces de realizar la tramitación psíquica que sea necesaria para que el aparato psíquico mantenga la homeostasis, y de esta manera, contribuir a la pulsión de vida, a eros, contraponiéndose a la pulsión de muerte, a tánatos, tan presente en el argumento que atañe este análisis.

        A modo de conclusión y de acuerdo a lo desarrollado, en primer lugar, se podría confirmar la hipótesis inicial acerca que la falta de un adecuado Complejo de Edipo (pero no exclusivamente) ha traído como consecuencia el desarrollo anormal de la personalidad de Nina. Su desarrollo ha originado alucinaciones. Dicha afirmación se basa en que el aparato psíquico hace retornar imágenes que deberían estar inscriptas como huellas mnémicas, pero cuando el individuo, inconcientemente, hace esa búsqueda a fin de ligar diferentes representaciones y unirlas asociativamente, no las encuentra y por lo tanto, dichas imágenes, que no están, regresan en forma de alucinación desde el exterior.

        Finalmente, y articulando la trama desarrollada, se podría inferir también, que probablemente, si Nina hubiera tenido un padre con quien articular su Complejo de Edipo, una madre dispuesta a otorgarle los emblemas de su propio sexo, y una pareja parental que hubiera acompañado a Nina en su crecimiento tanto biótico como emocional, quizás la adolescente hubiera perseguido otro deseo, un deseo propio, no tanto, desde el deseo frustráneo de la madre. Al mismo tiempo, hubiera permitido, a la madre, ubicar su deseo en tanto mujer, dando de esta forma, a la hija, el modelo de amor objetal necesario para construir su propia imagen, otorgándole los elementos que se requieren para adquirir fortaleza yoica con el fin de poder defenderse adecuadamente de las vicisitudes de la vida. Dicha situación, le brindaría la capacidad de mantener relaciones interpersonales saludables, y construir con un basamento de confianza en sí misma, tolerando las frustraciones. Para de esa manera, alcanzar una de las etapas evolutivas del ser humano que es la madurez de la adultez.

Referencias

Aberastury, A., Knobel, M. (1974). La adolescencia normal. Buenos Aires: Paidós.

Aberastury, A., Salas, E. (1992). La paternidad. Buenos Aires: Paidós.

Blos, P. (1991). La transición adolescente. Buenos Aires: Asapia Amorrortu.

Fischer, H. (1999). Conceptos Fundamentales de Psicopatología (Psicosis Disociativas). Buenos Aires: Centro Editor Argentino.

Freud, S. (1914). Introducción al narcisismo. En Obras Completas. Vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1905). Metamorfosis de la pubertad. En Obras Completas. Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu.

Spitz, R. (1965). El primer año de vida del niño. México: Fondo Cultura Económica.

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"La experiencia cultural comienza con el vivir creador, cuya primera manifestación es el juego".

Donald Winnicott